Leer la vestimenta

Vestirse va mucho más allá de meramente arroparse. La vestimenta es casi, casi una herramienta de comunicación, que dice muchísimo de quien la lleva. Aunque no reparemos demasiado en que nuestra vestimenta comunica, les aseguro que prácticamente puede ser leída cual si fuese un libro.

Por Vale Gallarini

Un ejemplo concreto de la comunicación no verbal que carga nuestro atuendo son los uniformes; no solamente cumplen funciones prácticas, sino también expresamente comunicativas. Con una sola mirada, estos permiten reconocer profesiones, cargos, funciones, etcétera.

A lo largo de toda la historia, la indumentaria militar ha servido para distinguir distintos grados de autoridad o jerarquías. Tal vez, una persona común no pueda identificar a simple vista
si el atuendo corresponde a un sargento o a un coronel, pero, sin lugar a dudas, viendo al oficial sabrá que se trata de un efectivo castrense o policial, cuyo uniforme en sí constituye una expresión de autoridad que lo destaca de la multitud.

Lo mismo puede suceder con un sacerdote o monja, cuyos hábitos ya los separan de los demás y reflejan a qué orden religiosa pertenecen. En otros países, incluso abogados y jueces acostumbran a usar togas, pelucas y prendas especiales en los tribunales, como expresión de la solemnidad de la ley.

Pero no necesitamos un uniforme a la hora de comunicar a través de nuestra vestimenta. Muchas veces decidimos utilizar ciertas prendas para trabajar, ya sea por comodidad, practicidad o formalidad. Y si bien muchos pueden preferir calzarse jeans y zapatillas deportivas en su día a día, a la hora de ir a la o cina, optan por un traje o traje sastre; saben que durante el horario laboral representan a su profesión o empresa y deben lucir acordemente.

Por supuesto, un ejecutivo bancario no va a vestir de la misma manera que un creativo publicitario, ya que sus especializaciones involucran distintos niveles de formalidad, pero de seguro ambos van a exteriorizar algún rasgo referente a sus respectivas ocupaciones con lo que visten para ir a trabajar.

Cuando hablamos de creativos, muchas son las personas de gustos particulares, que eligen no vestir como la generalidad de la gente y disfrutan de apartarse de manera radical del común denominador. Muchas de ellas manifiestan su individualidad a través de la ropa y el aspecto físico. Consideradas, en ocasiones, excéntricas, muchas veces también suscitan asombro e inclusive llegan a generar desconfianza por verse tan diferentes. Pero, acaso, son quienes más en claro tienen que la moda es una expresión unitaria de la personalidad propia.

Esto es lo que todos, en alguna medida, transmitimos a la hora de llevar la ropa que nos gusta, puesto que nos identifica, nos define y comunica mucho de nosotros, de nuestros gustos, de nuestros hábitos y preferencias.

Una persona muy clásica puede denotar tan fuertemente este rasgo suyo vistiendo con toda pulcritud, como lo hace un hipster con el pelo teñido de verde. Tal vez, la clásica no busca diferenciarse del resto, pero también lo está haciendo. Queramos o no, nuestra vestimenta es prácticamente una tarjeta de presentación.

En cuanto a las marcas caras, los accesorios elitistas y status symbols, todos son signos de distinción, aunque vayan perdiendo cíclicamente tal atributo, a raíz de que los estratos inferiores asimilan réplicas o imitaciones que los despojan de todo potencial simbólico.

Esto demuestra cómo, aun sin distinciones de cargos ni uniformes, las prendas de vestir y los accesorios son herramientas que definen un status social y también generan una aspiración de pertenencia a este. Tal vez, más que las marcas, en esto entran a jugar los tejidos sofisticados, lo hecho sobre medida y todo aquello que hace menos masivo lo que se lleva puesto.

Un blazer de una marca low-cost, como Zara, puede guardar semejanzas, en apariencia, con uno de Brioni; pero la calidad de los materiales y la confección, y, sobre todo, la exclusividad son las que abren hoy en día la brecha.

Uno de los grandes filósofos de la semiótica, Umberto Eco (1932-2016), aseguraba que una de las principales características del lenguaje humano es la posibilidad de mentir. Y qué lenguaje tan perfectamente humano es la moda, que, entre sus múltiples vetas expresivas, nos concede idéntica licencia.

Con la ropa también podemos mentir acerca de nuestra edad, nuestras actividades, nuestro oficio, nuestro status, nuestras proporciones y medidas, e incluso, nuestro género.