Azzedine Alaïa: tradición y femineidad

Recientemente el mundo de la moda lloró la pérdida de un gran ícono: el diseñador tunecino radicado en París Azzedine Alaïa moría en su casa y atelier en París a la edad de 82 años, un grande de la moda, un amante de las formas femeninas, de las técnicas tradicionales y uno de los pocos que mantenía vigente la llama de la vieja escuela del mundo de la moda.

Por Valeria Gallarini Sienra

 

Azzedine Alaïa reinventó la silueta de la mujer y dotó de forma al cuerpo femenino de los 80 y 90, pero aún hoy seguía vigentísimo, ya que sus diseños tenían la particularidad de no caducar con el transcurso del tiempo. Un Alaïa jamás perdía actualidad y sus leales clientas lo sabían.

Azzedine tenía un público el. Tal vez no era el diseñador más mediático, ni el más conocido, pero su atelier era uno de los que más vendían y con la clientela más asidua. Su manera de trabajar era la de un verdadero artesano, que recibía personalmente a sus clientes y a sus buyers y los atendía sin intermediarios. Alaïa era un verdadero visionario y un hombre fuera de serie, sumamente querido por su generosidad, por su sencillez y por la calidad de sus diseños.

Nacido en Túnez en 1940 en un humilde hogar, sus padres eran granjeros de trigo. Se crió con sus abuelos, y su glamorosa hermana gemela le inspiró hacia el mundo de la moda, ya que ella era una adicta de las revistas de esta industria, a través de las cuales el joven Azzedine empezó a soñar en un futuro en este mundo. Mintió su edad para entrar antes de tiempo a la Escuela de Bellas Artes de Túnez, donde estudió escultura. Pero al poco tiempo se dio cuenta de que no sería un gran escultor y cambió de dirección, volcándose hacia la orientación de diseño. Mientras estudiaba, empezó a trabajar de asistente de un diseñador local y gradualmente fue haciéndose de clientas y ahorrando.

Al graduarse, decidió mudarse a París, en 1957, donde trabajó para los grandes nombres de su tiempo. Recién llegado consiguió un puesto como sastre para Christian Dior, pero como sus papeles no estaban en orden tuvo que ser despedido al poco tiempo. De Dior pasó a Guy Laroche, donde trabajó dos temporadas hasta pasar al atelier de Thierry Mugler.

Su gran corazón y carácter afable le ganaron pronto una clientela propia e incluso unas patronas elegantes de la alta sociedad, que le ayudaron a establecerse. Entre ellas estaba la elegantísima Condesa de Blégiers, quien le ofreció alojamiento a cambio de que le hiciera vestidos. En 1979 abrió su propio atelier, el que muy pronto empezó a ser frecuentado por celebridades de la era de los 70 e incluso íconos de antaño, como Greta Garbo y Marie Helene de Rostschild.

Aus años de bellas artes crearon una enorme fascinación por las artes. Se volvió un ávido coleccionista y siempre encontró su inspiración en este mundo. su casa era frecuentada por grandes intelectuales y artistas de todo tipo. A rmaba que cuando el mundo de la moda lo cansaba con colecciones y vestidos, jaba su atención al arte y se calmaba.

Produjo su primera colección de prêt-à-porter en 1980 al mudar su atelier al barrio bohemio de Les Marais. Su línea de fue un hit rotundo. Cuero moldeado, siluetas que realzaban las formas femeninas y llenaban sus diseños de un erotismo muy acorde a los salvajes años ochenta. El nombre de Alaïa se hizo sinónimo de prendas que estilizaban el cuerpo y lo hacían perfecto. sus prendas estaban perfectamente encorsetadas y celebraban de manera rotunda las curvas y las formas naturales de la mujer.

Alaïa era un gran amigo de sus modelos y sus clientas. Suzy Menkes afirmaba que Alaïa fue quien inventó el concepto de supermodelo. En los 80 el abrió su hogar parisino para las modelos que empezaban por entonces: Christy Turlington, Stephanie Seymour y su protegida Naomi Campbell. Él fue
el primero en impulsar la carrera de Naomi. Ellas des laban para él y a cambio las pagaba con hermosos vestidos y convirtiéndose en su mayor protector. naomi lo llamaba cariñosamente “papa”, y veía en él una gura paterna quien la cuidaba siempre y en todo momento.

durante toda su carrera él se guió por sus propios intereses y sus propios instintos, no preocupados en copiar o emular a sus colegas, sino en seguir el ritmo de su propio tambor en una marcha cargada de éxito y cariño. Era tan independiente que en 1992 decidió abrirse de los calendarios del mundo de la moda, empezando a hacer des les propios cerrados, sin mucha publicidad y fuera del calendario o cial de los fashion weeks. Para él era más importante presentar sus colecciones cuando él sentía que estaban nalmente listas y no cumplir meramente fechas de cierre.

En un negocio en cambio constante, donde los directores creativos mueven las chas en un juego de velocidad vertiginosa, siguiendo caprichos y tendencias que se originan en la obsesión contemporánea por las redes sociales y la repercusión mediática, Alaïa recordaba a toda la industria de la moda la manera en la que se entendía la moda en el pasado.

No organizaba des les con regularidad ni hacía publicidad y tenía menos seguidores en Instagram que cualquiera de sus competidores. Alaïa era una auténtica maison de couture, tal y como la concebían Schiaparelli, Madame Grès o Poiret, sus grandes referentes. y como en toda maison, quienes tenían el permiso de entrar en su mundo secreto, se sentían como en casa.