Joaquín Sánchez nació en Paraguay en 1977 y reside en Bolivia desde hace 20 años, contando historias a través de la fotografía, la escultura, el video, la performance y el cine, bajo una mirada artística alternativa que nunca se detiene.
Por Valeria Gallarini Sienra | Fotos Gentileza
“El arte es libertad. Es como el amor. No se puede explicar, solo se siente. El arte es transmitir una emoción y para eso hay que usar todo lo que llevamos dentro”.
De niño, fue ayudante del cine ambulante de su abuelo que recorría las comunidades rurales del Paraguay y desde entonces tiene una conexión muy profunda con la imagen en movimiento. Le interesan las crónicas familiares, la memoria personal y los pequeños relatos que migran hacia los relatos colectivos. Su pasión por narrar historias —sumada al estudio de la condición humana, que se nutre de la cultura popular e indígena, y las fricciones del transitar por realidades de países con entramados diferentes— lo han llevado a presentar su obra en todo el mundo. Participó en las bienales de Venecia, La Habana, Mercosur, São Paulo, Valencia y la Trienal de Chile. Recibió varios reconocimientos y realizó residencias artísticas en el extranjero.
¿Qué te acercó al arte?
Me crie con mis abuelos en el campo. En la casa teníamos un taller, donde se arreglaban todo tipo de artefactos. Me llamaba mucho la atención las formas de los objetos y las herramientas. Una vez suspendí varios de esos objetos del techo del galpón y cuando mi abuelo vio, dijo que era una obra de arte, pero que no era muy funcional. En ese momento no entendí mucho la esencia del comentario; luego de un tiempo me di cuenta de que había estado frente a mi primera intervención espacial.
De tu infancia nómada, ¿qué experiencias trasladaste a tus obras?
De pequeño fui ayudante del cine ambulante de mi abuelo y esta experiencia me marcó profundamente. Siempre empiezo una obra desde una imagen, aunque esta sea una palabra. La imagen en movimiento es fundamental en mi práctica artística en la cual voy contando historias.
¿Cuál fue tu obra más difícil de crear?
Muchas de mis obras han sido difíciles, entre ellas Mbói Pire, una performance que llevé a cabo en el lago Titicaca. Por un lado, ha sido difícil construir un corazón de látex de gran formato que soporte el peso de mi cuerpo y que pueda flotar, y, por el otro, ha sido el viaje más doloroso de mi vida, porque me enfrentó a mis miedos, ya que no sé nadar.
¿Por qué los corazones están siempre presentes en tu obra?
Nací prematuramente y siempre me decían que no debía correr o alzar cosas pesadas porque tenía el corazón y los pulmones inmaduros; eso de alguna manera me ha marcado. La primera obra que hice fue un corazón de forma orgánica en cerámica, y luego de un tiempo me percaté de que estaba rodeado de corazones. En la primera etapa de mi carrera trabajaba y pensaba mucho en el corazón no solo como órgano vital, sino como contenedor de sentimientos. Llevo más de 20 años desarrollando una serie que se llama Línea del corazón, que alberga corazones diversos, elaborados en diferentes momentos de mi vida.