Vestidos icónicos del cine

Todas tenemos un vestido especial guardado. Tal vez sea el de nuestra boda o debut, envuelto en papel azul y prolijamente colocado en una caja, o tal vez sea el primero que hayamos usado para ir a un quince. El mismo que, a pesar de que ya no nos entra, no nos da el corazón para darlo a alguien más o venderlo, porque entre sus costuras encierra demasiados recuerdos. Es que, innegablemente, los vestidos viejos nos transportan en el tiempo, nos conducen a circunstancias indelebles.

Por Valeria Gallarini


Y tal como en la esfera personal, esta situación también se traslada al mundo de la historia de la moda. Existen trajes que forman una parte especial de este acervo, así como también del mundo cinematográfico. Nos remiten a instantes inmortales de la moda, despiertan nuestra nostalgia, e incluso, pueden llegar a de nir una época. Recordemos algunos que hicieron historia en la pantalla grande.

Uno de los vestidos más inolvidables del séptimo arte fue aquel blanco plisado que llevó la eterna Marilyn Monroe en el filme de 1955 La tentación vive arriba. Probablemente, cada vez que alguien evoca a la rubia actriz, la envuelve en este icónico vestido, mientras flotan a su alrededor capas de gasa, dejando al descubierto sus sensuales piernas al sobrepasar una reja de ventilación. Esta pieza de escote halter fue diseñada por William Travilla, quien atesoró la original en sus archivos. Tras su muerte, el icónico vestido pasó a integrar la colección de Debbie Reynolds y, posteriormente, en el 2011, fue vendido en una subasta pública en la que alcanzó la increíble suma de 5,6 millones de dólares.

Un clásico en todos nuestros guardarropas es el little black dress (LBD), pero el más paradigmático de ellos es el que lució la elegantísima Audrey Hepburn en la película de 1961 Breakfast at Ti any’s y que fuera diseñado por el mismísimo genio de Hubert de Givenchy. La interpretación de Holly Golightly no solo definió la carrera de esta belga de los años dorados de Hollywood, sino también la convirtió en un ícono de la moda.

El cine nos ha legado un sinnúmero de vestidos icónicos, como aquel celestito de Dorothy en El mago de Oz, el verde gracioso que Scarlett O’Hara confeccionó con sus cortinas en Lo que el viento se llevó, el traje del cisne negro de Natalie Portman en Black swan, la elegantísima creación verde de Keira Knightley en Atonement, el traje de novia con tocado de plumas azules de Carrie Bradshaw en Sex and the city, o el sensual atuendo negro con guantes largos de Rita Hayworth en Gilda y absolutamente todos los que se enfundó Satine en Moulin Rouge.

Pero no solo es en la gran pantalla donde nacen los vestidos icónicos; muchos se vuelven icónicos tras su paso por la alfombra roja, más aún si quien los viste regresa a casa con una estatuilla.

Jamás podríamos olvidar el fabuloso vestido blanco y negro vintage de Valentino con el que acudió Julia Roberts a los Óscar en el 2001, cuando obtuvo el premio a mejor actriz por Erin Brokovich. Curiosamente, este formaba parte de una colección de 1982 que el autor había concebido inspirándose en las estrellas del cine. Tampoco podremos olvidar la nube de tafeta rosada de Ralph Lauren que eligió Gwyneth Paltrow para la gala de los Óscar cuando, en 1999, recogió el galardón por Shakespeare enamorado. Esta tenida originó una oleada rosa en el mundo de la moda, que duraría más de dos años.

Inolvidables el audaz traje negro transparente de Bob Mackie con el que Cher alzó el Óscar en 1988, la pieza de Elie Saab con apliques orales en el torso por la que se decantó Halle Berry, y el ultraestiloso vestido negro que eligió Nicole Kidman para recibir su primer Óscar en el 2003. Recientemente, Lupita Nyong’o deslumbraría ataviada en un celeste de Prada al conquistar la estatuilla en el 2014 y Jennifer Lawrence se desplomaría en un fabuloso Dior blanco al hacer lo propio en el 2013.

Mas no solo recordamos los vestidos que se han calzado personas de carne y hueso. Hay un caso muy especial: al personaje animado Jessica Rabbit le perteneció uno de los vestidos más provocativos. Escotadísimo, ceñido y con un profundo tajo en rojo luminoso protagoniza, sin lugar a dudas, un numerito casi tan sensual e icónico como el que eternizara Marilyn.

También hay vestuarios completos que generan impacto en el mundo de la moda, instaurando tendencias, inspirando estilismos y maravillándonos una y otra vez con su encanto en cada repaso que damos a las películas. En estos largometrajes, cuya indumentaria juega un papel fundamental, en términos de contextualización temporal de los espectadores, resulta muy difícil limitarnos a un solo traje. Tal es el caso de realizaciones cinematográ cas de época, como Cleopatra, My fair lady, Alta sociedad, Moulin Rouge, María Antonieta, Elizabeth, Orgullo y prejuicio, Evita, Chicago y El gran Gatsby.

El cine constituye, incuestionablemente, un canal importantísimo para la moda, que alimenta constantemente su fantasía, mientras se nutre de ella para crear personajes, caracterizar actores y transportarnos a momentos históricos pretéritos, a mundos de fantasía o arrojarnos al futuro.